Tenía veinte años y era la primera vez que se había tropezado con un hombre digno de su cariño.
Pero era un hombre pobre y sin proyección de futuro… y ella, en cambio, disponía de una sólida fortuna familiar.Y además, aquel hombre… ¡era el hijo de su padrastro! La señorita, en cuestión, atravesó el vestíbulo y lo dejó atrás.
Al ir a poner la mano en el pomo de la puerta del salón, lo pensó mejor, dio la vuelta y se aproximó al ventanal. Los visillos eran finísimos, y no precisó retirarlos para mirar hacia la calle y ver lo que allí había.
Coches que iban de un lado a otro, tranvías, trolebuses y peatones, pero esto no interesó a María Begoña Uria de Velasco.
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